Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En meses recientes, pero más en especial en días pasados, la atención de nuestra nación se ha enfocado en la realidad de nuestros más de 11.1 millones de indocumentados. Nuestro nuevo presidente indica que después de la elección nuestra nación espera intensificar la ejecución de leyes de inmigración. Esto, a pesar de que encuestas creíbles sugieren que la mayoría de ciudadanos estadounidenses no están presionando por que se den deportaciones masivas ni por operaciones aceleradas. Tampoco la mayoría desea ver que recursos de la nación sean invertidos en un muro entre los Estados Unidos y México.
En este tiempo de incertidumbre, todos los inmigrantes dentro de nuestra nación se sienten vulnerables y con miedo. Las familias están temerosas de que repentinamente puedan ser separadas. Como Obispo de la Iglesia Católica de Owensboro, una diócesis que cubre la tercera parte del Oeste del estado de Kentucky, quiero reinvocar las palabras de Jesucristo: “Pues tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; andaba como forastero, y me dieron alojamiento.” (Mateo 25,35)
Nuestros templos católicos son casas de oración y comunidad. Como casas de oración, extiendo la invitación de que todos sean bienvenidos a nuestras iglesias a cualquier hora. Como casas de comunidad, quiero asegurar de que cuando cualquiera venga a nuestras iglesias, sean bienvenidos a ejemplo de Cristo. Esta invitación y garantía, la extiendo de manera especial en este día hacia los inmigrantes y refugiados.
De acuerdo al Departamento de Seguridad Nacional, 8 millones de los 11.1 millones de inmigrantes están dentro de la fuerza laboral. La gran mayoría sosteniendo trabajos que de otra forma sería difícil de cubrir en nuestra economía. En otras palabras, los inmigrantes están haciendo contribuciones vitales a la fortaleza de nuestra nación. El 66% de estos han estado viviendo pacíficamente en los Estados Unidos mínimo por una década. Millones de ellos son jóvenes y niños.
Aparte de la elevada retórica de voces de muchos lados, la presencia de inmigrantes no representa un peligro serio a nuestra nación. Este momento de crisis, sin embargo, presenta más de una solución. Redadas indiscriminadas y deportaciones en este tiempo solo causarán más heridas. ¿Podríamos pedirle al presidente y miembros de congreso actuar ahora y pasar la reforma comprensiva de inmigración? Por el bien de todos, ¿Podríamos solucionar el problema en vez de comportarnos de manera que lastimamos niños y familias, iglesias y barrios y nuestra economía nacional?
Los muchos temas envueltos junto con el tema de inmigración con razón son temas políticos que exigen una solución política. Pero estos son también temas morales y demandan una resolución moral. Para la gente que expresa su fe en Cristo Jesús, una resolución moral es una que está enraizada en el Evangelio: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.” (Mateo 25,45)
A mis hermanos y hermanas quienes son indocumentados, y de los cuales sus vidas parecieran en estos momentos estar más en peligro; les aseguro que la Iglesia Católica es su amiga y su apoyo. Exhorto a todos aquellos en liderazgo en las parroquias, escuelas y a través de la diócesis a oír y escuchar el mensaje del Papa Francisco: “Jesucristo espera que siempre le reconozcamos a Él en el inmigrante y refugiado.”
Oremos unos por otros. Oremos por nuestra nación. Oremos por el día en que todos los hijos de Dios disfruten de la libertad y abundancia de su creación.
+Monseñor William F. Medley Obispo de la Diócesis de Owensboro